Mi querido hijo, tu ferviente acercamiento, la tierna gratitud en tu voz y tu afán por habitar en mi presencia al amanecer de cada día llenan mi corazón de inconmensurable alegría. Ya vengas a mí con entusiasmo o con dudas, cada una de tus visitas ilumina mi existencia. Has de saber esto, querida mía, cuando lleves tu alma incluso en medio del cansancio y elijas pasar momentos conmigo porque yo estoy ahí cuando pliegas tu espíritu a mi abrazo. Confía en mi toque. Libera las cargas que pesan sobre tu alma con cada nuevo día y aleja las sombras que oscurecen la luz de tu corazón. Anhelo que te mantengas erguido, radiante de alegría. Que tu espíritu sea ingrávido como una pluma, libre de las cargas del mundo. Que tus palabras resuenen con alabanzas, no con quejas o palabras ociosas. Que tu discurso rebose oración y adoración. Porque al hablar de vida en los corazones de los que están perdidos en la oscuridad, tus palabras se convertirán en una fuente de gracia divina, trayendo sanación y bendiciones celestiales a todos los que las escuchen. Al emprender las tareas que tenéis ante vosotros, sabed que ya sois bendecidos por haber compartido estos preciosos momentos conmigo.

Procede con confianza, pues mi fuerza te acompaña y mi gracia ilumina tu camino.